martes, 7 de agosto de 2012

HERVEO, UN EMBRUJO ENTRE MONTAÑAS


Pero es quizás la presencia viva, tangible e inquietante de sus muchos volcanes: el Volcán Nevado del Ruiz, de infausta recordación; el Pirañas, la Olleta, y los dos edificios volcánicos del bello y estremecedor Cerrobravo, cuyas cumbres se han convertido en los vigías imperturbables de nuestros sueños y nuestros actos, por lo que el paso del tiempo ha hecho de mí un adorador y un ser respetuoso de los volcanes. Por ello en uno de los anaqueles de mi biblioteca familiar, están al alcance de la mano varios libros sobre el tema, enfatizando su hechizo y su poder: Al pie de un volcán te escribo, de la mexicana Alma Guillermo Prieto; Bajo el volcán, el celebrado texto de Malcolm Lowry; El amante del volcán de Susan Sontag, Los convidados del volcán de

Antonio Saravia y El Mapa preliminar de amenaza volcánica del Volcán Cerrobravo, de María Luisa Monsalve, entre otros. Pero no es sobre los volcanes ni sobre sus efectos devastadores que quiero concentrar el placer de estas líneas. Creo prudente alertar al lector sobre mis excesos de poesía, el atribuirle a la presencia de los volcanes que coronan estas montañas, el poder de encantamiento y de fertilidad artística que conlleva la tierra que menciono y desde la cual escribo y, la misma que para propios y visitantes, se oculta con discreción bajo el ropaje de las seis letras que conforman su nombre.
















Como suele suceder con las literaturas cuyas páginas nos siguen hechizando a pesar del tiempo, el embrujo de estas montañas, también es eterno.







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